Los festejos por el recorte de 4% en el precio de la nafta tienen una grave contracara: el desplome en el precio del petróleo en el mercado internacional. Este lunes el barril WTI marcó u$s56, su mínimo desde la pandemia. Hasta hace pocos años, cuando Argentina seguía dependiendo de las importaciones, esta noticia podría hasta haber sido considerada positiva, pero hoy es un dato que pone en duda las premisas del plan económico.
Ocurre que los ingresos por exportación petrolera pasaron a ser una de las mayores apuestas de Toto Caputo, que considera que gracias al boom productivo de Vaca Muerta ya no se producirán los típicos ciclos de escasez de dólares en el segundo semestre ‑cuando se empieza a agotar el aporte de la exportación agrícola-.
Este aporte del petróleo es particularmente relevante en un contexto de dólar barato y déficit de la cuenta corriente. Hablando en plata, los consultores estiman que este año habrá, al menos, un desbalance de u$s8.000 millones entre los dólares que produce la economía argentina y los que salen del país.
Para peor, los precios del mercado agrícola, y en particular los de la soja, no marcan una buena perspectiva a futuro, por lo que se estima que si se mantiene el ingreso del año pasado se logrará una buena performance.
De hecho, hasta ahora, si no fuera por el rubro energético, la balanza comercial ya habría entrado en déficit, dado que las importaciones crecen a un impactante ritmo de 35% interanual mientras que las exportaciones apenas suben al 5,3%. De no haber sido por el aporte del petróleo, el primer trimestre del año ya habría dejado un déficit comercial de u$s1.100 millones.
En realidad, que los precios del petróleo cayeran no es una sorpresa en absoluto, pero sí lo es la magnitud de la caída.
El petróleo no es un commodity más, y está muy influenciado por los conflictos geopolíticos. Es por eso que el “efecto Trump” resultó tan intenso. Ya en la campaña electoral, el candidato republicano había hecho del petróleo un tema central de su propuesta: planteó que era una forma de bajar la inflación, además de una revitalización de ciertas economías regionales y una disminución de la dependencia de proveedores problemáticos.
En contra de la agenda ambientalista de la “izquierda woke”, Trump se erigió en un firme defensor del petróleo shale ‑el mismo tipo que existe en Vaca Muerta‑, que exige la técnica del fracking ‑fractura de la roca mediante presión de agua-.
Su promesa de campaña fue levantar todos los impedimentos regulatorios para la explotación del hidrocarburo, aun cuando había denuncias sobre contaminación del agua. El entonces candidato respondía con un mantra: “frack, frack, frack” y el ahora célebre “drill, baby, drill” que anunció en su discurso de asunción. A juzgar por los resultados, fue un mensaje persuasivo: en esos distritos rurales se impuso por más de 70% de los votos, lo que refleja que la expectativa de la población local por hacer dinero con los royalties supera a los miedos por las amenazas ambientales.
Al asumir, Trump prometió un boom exportador y, además, alentó a los países aliados a incrementar el volumen de extracción, con el explícito propósito de hacer caer el precio. Cuando empezó su gestión a inicios de año, el barril cayó desde la zona de u$s80 hasta los u$s70.